TABASCO. Era de madrugada. Caminó hasta una improvisada parada de transporte sobre una calle en penumbras ubicada en una colonia de Villahermosa, de esas que la vox populi identifica como ‘peligrosas’ en la periferia de la ciudad. Allí, a media luz, en silencio, con cierto temor, esperó por largo rato a que un taxi pasara.
En medio del sereno de la noche, una de las unidades amarillas se detuvo, pero por la distancia y el destino le rechazó el servicio. Algo inquieto, antes de retomar la marcha, el chofer le lanzó un consejo lapidario: «hazte para allá, aquí te van a chingar».
Cristopher, quien acababa de dejar a su novia en la puerta de su casa, palideció por la advertencia. Fueron minutos, pero para él parecieron horas. Para su fortuna no tuvo que moverse hacia ningún lado. Otro taxi amarillo apareció y le aceptó el viaje. El color y el alma le regresaron al cuerpo.
Durante el trayecto a su domicilio, la recomendación del trabajador del volante, le taladró la mente. Cayó en cuenta de que apenas unos días atrás, en las noticias salió que a sólo unos metros de donde había estado parado esperando el transporte, un sujeto perdió la vida tras ser atacado a balazos. Fue hasta ese momento cuando dimensionó el riesgo al que estuvo expuesto.
Historias como la del intrépido joven se reproducen diariamente, se entrelazan en la cotidianidad de un estado donde la violencia se ha convertido en el pan nuestro de cada día. La escalada delictiva acumula ejecuciones, robos con violencia, quema de automóviles, de comercios, levantones, balaceras. Todo esto en apenas mes y medio, desde la llegada de un nuevo Gobierno que, pese a ello, asegura no estar rebasado.
El caso de Cristopher y la reacción del taxista evidencian la insensibilidad que la sociedad muestra ante este tipo de acontecimientos, el grado en que se han normalizado los hechos cometidos por los grupos criminales en Tabasco. Comienza, no extrañarle a nadie, si tiran a un muerto, si se cuelga una manta o cartulina con algún narco mensajes, o si se emite una alerta por algún desaparecido.
La única certeza es que la gente vive con miedo, temerosa de ser una víctima más de la violencia. La ansiedad y el estrés, son dos problemas de salud mental que se han disparado casi a la par del embate delictivo al que ha estado sometida la entidad.
EXIGEN CAMBIO DE ESTRATEGIA
Alejandro cursa estudios de preparatoria en una escuela donde, como viene sucediendo desde hace cinco semanas, los alumnos han tenido que ser retirados por cuestiones de seguridad. Aunque no hay explicación alguna de por medio, todo mundo sabe a qué se debe la medida.
Él y sus compañeros, cada que cierran el plantel, de inmediato relacionan la decisión con otro evento de violencia. “Uno se entera cuando ya está a punto de salir [...] pero en redes sociales dan el comunicado oficial”, refiere el joven estudiante, quien expresa ‘estar enterado’ de que los actos delictivos ocurren fuera de la ciudad.
Lo que Alejandro no asocia, es que la primera ola de violencia registrada a días de llevarse a cabo el relevo gubernamental, tuvo como punto de partida una zona contigua al Centro Histórico de Villahermosa, allá por la Mercería Mendoza, a menos de un kilómetro donde se ubica su escuela. El muchacho dice no tener miedo, pero admite vivir intranquilo, con desconfianza.
Otro caso. Una abarrotera Súper Sánchez, además de que desde hace 15 años le ha quitado mercado, últimamente ha provocado varios sustos a doña Josefa Dolores Matías quien, con sus 70 años a cuestas, cada mañana continúa abriendo las puertas de su tiendita, a pesar de tener enfrente a la competencia.
De los acontecimientos delictivos, se entera por las vecinas que, en ocasiones, le muestran la noticia desde el celular. El incremento de hechos los nota desde hace un mes, justo por el suceso de la mercería. En aquella ocasión, una abarrotera Súper Sánchez incendiada en Gaviotas, provocó el pánico y fue la señal para que todas las sucursales de la cadena bajaran sus cortinas.
La entrada a clientes fue prohibida, pero a los empleados se les ordenó terminar su jornada laboral. “Cerré también, porque ellos ya habían cerrado”, recuerda la señora Josefa, quien toda la tarde permaneció con ‘el pendiente’. Los rumores decían que iban a quemar a la competencia de enfrente de su tienda. Desde entonces hasta hoy, piensa: “Sí da miedo, porque yo atiendo aquí; ¿y si me encuentran sola?”.
Las personas con vehículos se sienten amenazadas doblemente. Situación que comienza a provocar, cual pandemia, un aislamiento en personas como Claudia García. Ella, cada vez que se ve obligada a salir, espera dentro de su coche a que sus hijos salgan de la escuela primaria.
La inseguridad de Tabasco, en sus palabras, le provoca tristeza y molestia porque es lo primero que le aparece en redes sociales. Irónicamente, estar informado, resulta negativo. Saber que hay la posibilidad de que en ese momento esté ocurriendo una desgracia, le causa miedo de estar afuera.
“La verdad ya casi no salgo. Hago mis actividades necesarias, como ir por mis hijos a la escuela”, y eso que a veces, mejor opta por no llevarlos. Pero de la administración de Javier May, espera cambios. “El estado debería cambiar, urge algo para calmar esto, porque si no prácticamente vamos a ser como en el norte, que ya no vamos a poder salir”, se queja.
‘LA ALARMA SIEMPRE ESTÁ ENCENDIDA’
En el día a día, la angustia es inevitable. Acontecimientos como los que relatan Cristopher, Alejandro, Josefa y Claudia manifiestan el estrés, de algunos casi traumático, que envuelve su quehacer diario, además de otros trastornos más graves que afectan los vínculos cercanos, ventila la psicóloga Ariadna Pérez.
“Todo lo que implique una sensación de peligro, posible daño a la integridad física propia o de una persona conocida, puede generar un impacto importante, que después de ser solamente un estrés traumático puede evolucionar a un estrés postraumático”, advierte la especialista con más de 18 años de experiencia.
Ser testigo de algún acontecimiento de inseguridad puede, incluso, conducir a desarrollar toda una sintomatología que va desde palpitaciones, sudoración, sensación de falta de aire, desesperación y sentir que algo malo va a pasar, hasta una sensación de desesperanza.
“Con mis pacientes así lo manejo: es como si tuviéramos una alarma contra incendios siempre encendida, aunque no haya incendios [...] todas estas cuestiones físicas, le están mandando mensaje a nuestro cuerpo, de que hay peligro cerca”:
Derivado de su amplia trayectoria, confirma que el tabasqueño, como la mayoría de los mexicanos, es muy sensible a la violencia, a diferencia de otros países donde su población está acostumbrada a la ocurrencia de este tipo de eventos desencadenados por el crimen organizado.
VIOLENCIA Y SALUD MENTAL
Cristopher, Alejandro, Josefa y Claudia viven en Villahermosa, una ciudad donde 78.7% de la población se siente insegura, pero hace un año, el porcentaje era menos, 66.9%, según datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública y Urbana (ENSU) 2024.
Lo anterior cobra relevancia si se considera que el nuevo gobierno estatal heredó de la administración anterior una cifra de 647 víctimas de homicidio doloso, con corte a septiembre pasado. Al ritmo que vamos, con todo lo ocurrido en las últimas seis semanas, la nueva administración superará la cantidad de homicidios dolosos reportados en 2019, que es considerado el año más violento en Tabasco, con 670 personas asesinadas.
Tabasco es un reflejo de lo que pasa a nivel nacional. En los primeros días de gobierno de Claudia Sheinbaum se registraron 2 mil 200 homicidios dolosos, entre ellos, el del alcalde de Chilpancingo, Alejandro Arcos, y el del padre Marcelo Pérez, en Chiapas. La masacre en un bar de Querétaro que dejó 10 muertos, dio la bienvenida al segundo mes de la gestión federal.
La estrategia del gobierno federal continúa las bases obradoristas y se sustenta en cuatro ejes: atención a las causas; consolidación de la Guardia nacional dentro de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), fortalecimiento de estrategia e investigación, y coordinación absoluta con los estados de la República.
El gobierno de Javier May sigue la misma línea, con mayor énfasis en la prevención. Aunque es el camino ideal, esto finalmente no logra cumplirse. Poner a las fuerzas armadas a enfrentar a los grupos criminales, sólo detona más violencia y eso termina permeando en la salud mental de los ciudadanos.
Estudios especializados determinan que, incluso, la violencia generada a partir de los enfrentamientos entre la seguridad del gobierno con las bandas delincuenciales, tiene un mayor impacto sobre la salud mental de las no víctimas, que aquellos causados por enfrentamientos entre criminales.
“Cuando el gobierno desequilibra el status quo del crimen organizado causando más violencia y nuevas amenazas, la población se afecta psicológicamente”, arroja el artículo científico “La guerra contra las drogas y la salud mental: los efectos sobre la población general”, elaborado por los expertos Iván Flores Martínez y Laura Helena Atuesta Becerra.
El estudio concluye que “las ejecuciones crueles y con narcomensajes a un lado de los cuerpos ejecutados, la cobertura mediática de los eventos violentos, la promoción activa de los asesinatos por parte de las organizaciones criminales, así como la victimización directa de personas cercanas, funcionan como canales de transmisión de angustia para las personas que no son víctimas directas”.