Ciudad de México.- Durante el año que concluyó, investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) hicieron importantes descubrimientos en diversas partes del país, que complementan y generan nuevas interrogantes sobre las sociedades pretéritas de nuestro territorio.
Los descubrimientos fueron hechos igual debajo de una avenida principal de una ciudad, que a las orillas de un lago o una aguada, en las dunas de un desierto o cubiertos por la espesura de la selva, pero fueron hallazgos que permitirán a los investigadores conectar la importancia de las pasadas culturas con el presente.
En fecha reciente, se informó el registro de un muelle y de un canal del periodo Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.), en lo que fue la playa de una península ubicada al pie del cerro del Chapulín, al poniente de la Ciudad de México. Los testimonios, que yacían a dos metros por debajo de la avenida Chapultepec, se sumaron a la ubicación de una vivienda de la misma temporalidad.
En tanto, en la península de Yucatán, un nuevo sitio arqueológico maya, denominado Valeriana, el cual arroja luces en torno a la densidad poblacional del Campeche prehispánico, fue descubierto por especialistas del INAH y académicos de las universidades estadounidenses de Tulane, del norte de Arizona y de Houston.
En Quintana Roo, se descubrió uno de los textos jeroglíficos más extensos registrados en la Zona Arqueológica de Cobá. El monumento de cerca de 1,500 años de antigüedad, bautizado como la “Roca de la fundación”, mide 4.30 metros de ancho por 3.50 de alto, y se compone de 123 cartuchos jeroglíficos que han revelado nombres de sitios, gobernantes y deidades que no se tenían identificados.
En el mismo estado, nuevas pistas sobre la poderosa dinastía de los Kaanu’l, asomaron en la Zona Arqueológica de Dzibanché, mediante dos plataformas con fachadas decoradas con relieves modelados en estuco. Tres escenas, del periodo Clásico Temprano (500-600 d.C.), representan a guardianes, a ancestros que habitan el cielo nocturno, y animales mitológicos asociados con constelaciones.
En la costa del Golfo, en el ejido Morgadal, municipio de Papantla, Veracruz, se hallaron los vestigios de una casa-habitación construida con piedra monolítica, probablemente, perteneciente a una familia de elite, hacia finales del periodo Epiclásico y principios del Posclásico mesoamericanos (850–1200 d.C.).
En el otro extremo, en la Isla Macapule del océano Pacífico, se localizó un sitio arqueológico de concheros, el cual podría ser el más extenso del estado de Sinaloa. En 8 kilómetros, a partir de la línea de playa, se distribuyen ocho montículos de conchas, de 8 a 12 metros de altura y una circunferencia de 30 metros en su base.
También se descubrieron restos óseos humanos que son clave para trazar la ruta de poblaciones antiguas. Por ejemplo, la recuperación de entre las dunas del “Hombre de Bilbao” permitió descubrir un nuevo sitio de cazadores-recolectores, en Coahuila; un paraje de aproximadamente 10 metros de diámetro, repleto de materiales arqueológicos, evidencias de un campamento estacional de producción de artefactos líticos, entre 700 y 1000 años antes del presente (a.p.).
Asimismo, las exploraciones en el yacimiento de Santa Lucía, en Estado de México, durante la construcción del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, llevaron al descubrimiento de “Yotzin” (único, en lengua náhuatl), un esqueleto cuyas características morfológicas y antropométricas corresponderían a un individuo de finales del Pleistoceno e inicios del Holoceno, hace 10,000 años a.p.
En la escarpada Huasteca hidalguense se develaron los vestigios de un basamento de planta circular. El INAH registró el inmueble, de 3.5 metros de altura, y otros vestigios arquitectónicos del poblado de Tecacahuaco, entre ellos un juego de pelota –aún bajo manto vegetal–, de aproximadamente 18 metros de largo.
Además, derivado del hallazgo fortuito de una tepari o lancha tradicional, de 14.80 metros de largo, la cual debió hundirse con su carga en el lago de Pátzcuaro, en las proximidades de la isla de Janitzio, en Michoacán, se recuperó una colección de huesos humanos trabajados (ranurados), en su mayoría fémures, únicos en su tipo por el excelente estado de conservación, además de objetos de cerámica y piedra.
Por último, la Zona Arqueológica de Tlatelolco conmemoró ocho décadas de exploraciones y lo hizo con la continuación de las excavaciones de su centro ceremonial, fue así que en el Gran Basamento se descubrió una caja de ofrenda, la cual se dispuso hace más de siete siglos para consagrar una ampliación de este espacio de culto. En su interior se hallaron 59 navajillas, siete cuchillos de obsidiana, y tres bloques de copal.









