AGENCIA REFORMA
QUINTANA ROO. El transporte para pasajeros por tren en el sureste del país parecía algo que había quedado en el pasado, hasta este fin de semana. La puesta en marcha del Tren Maya trajo consigo un nuevo panorama para el transporte ferroviario, con puntos buenos, malos y otros no tan agradables.
El Tren Maya, uno de los proyectos insignia del presidente Andrés Manuel López Obrador, recorre en una primera fase más de 470 kilómetros a través del tramo que va de Campeche a Quintana Roo, con una parada intermedia en Mérida, Yucatán.
Una pareja de novios con playera y gorra del Tren Maya dormía en sus asientos color turquesa durante el primer viaje abierto al público. Habían salido de Cancún a Campeche a las siete de la mañana, pero cuatro horas después se arrepintieron, se bajaron y se mudaron al tren de regreso que tenía una hora parado en Mérida, en espera de que pasara el otro.
Con problemas, lentitud y horas de fastidio debido a su precipitada inauguración, así fue el primer viaje público del Tren Maya, según revela la crónica publicada en Reforma.
Dentro de los vagones, decenas de pasajeros, acalorados, aburridos y desesperados, también estaba dormidos, miraban impasibles el monótono horizonte o estiraban las piernas en los pasillos, mientras la máquina avanzaba con su lentísimo rumor de roce de rieles.
A pesar de la polémica de su construcción sin los permisos ambientales, del escándalo de su costo, más de 500 mil millones cuando iba a costar menos de 200 mil, y de las porras y gritos con que fue abordado, el primer recorrido público del Tren Maya, de Campeche a Cancún, fue absolutamente aburrido, con una velocidad promedio de 89 kilómetros por hora que bajaba hasta los 29, más lento que los autobuses que rebasaban por la autopista.
"¡Aquí nos vamos a quedar hasta Navidad!", exclamó la promotora de una agencia turística que se había quejado por los asientos no reclinables.
Ahora pasaba del mediodía. Iban cinco horas de viaje desde las 07:13 de la mañana. Una larga y apretada fila había agotado los combos de baguettes de 305 pesos, el café con leche de 120, las cervezas de 48, los mazapanes de 35 o el agua de 33. La puerta del baño para personas con discapacidad se había descompuesto y en los otros baños se escurría el agua de los lavabos.
Más de uno comenzó a pensar en lo que nadie, ni el Presidente Andrés Manuel López Obrador, único autor de la idea de la obra, habrá pensado: el viaje por el verde horizontal de la selva cortada en dos es un túnel de horas monótono y aburrido.
"No hay nada que ver, nada que ver, puro verde, verde, verde, por eso ya no quisimos ir hasta allá porque serían ocho horas de ida y ocho de regreso, y regreso en camión, mejor nos regresamos", dijo el novio que llevaba una playera blanca del Tren Maya que le habían regalado en Cancún.
Su novia seguía durmiendo con la frente y los brazos en la mesa reclinable. Por las ventanillas se veían además montones de tierra, obras inconclusas, pasos bajo las vías sin terminar, torres para la energía eléctrica sin ningún cable, la selva devastada.
De las 14 estaciones que recorrió el tren, sólo tres tenían señalizaciones, el único rastro eran los adioses que lanzaban los obreros con chalecos anaranjados y los automovilistas que bajaban la velocidad para despedir a los pasajeros.
"Se ven más felices los de afuera que los de adentro", resumió un acalorado hombre de barba y gorra en el último vagón, con 68 asientos, pero la mitad desocupados a pesar de que vendieron todos los boletos.