TABASCO. Domingo Colín, ex atleta tabasqueño, pasa al lado de la gente que va y viene, entre vendedores ambulantes y cantantes callejeros. Nadie parece identificarlo, pese a que recientemente su imagen salió en los periódicos y redes sociales, a causa de un homenaje que le rindió la universidad estatal; pese a esto, acude a la entrevista, cordial, atento, accesible.
“No creo que se acostumbre uno a los homenajes, aunque ¡qué bonito es que te hagan esos reconocimientos en vida! Me siento satisfecho que un parque de las Gaviotas, una avenida en Cunduacán y la Ciudad Deportiva lleven mi nombre. Mucha gente piensa que ya uno falleció porque están acostumbrados a que, después de morir, se le pongan los nombres a los sitios”, dice el ex marchista mexicano mientras bebe un café tipo americano.
Con 73 años de edad, el atleta tabasqueño se mantiene en forma y alegre; a veces da pláticas de motivación a los jóvenes deportistas, aunque apunta que en Tabasco “no hay un club de caminata, ni un entrenador de esa disciplina”. Él mismo tuvo que marcharse a la Ciudad de México para lograr su sueño.
“Yo pasé a la historia: Soy un ícono de la marcha, reconocido a nivel mundial, nacional y en el estado. Pero empecé este deporte como cualquier muchacho, inspirado en alguien; en este caso, de don José Pedraza y de mi hermano, Pablo Colín. Inicié como novato, participando en competencias de promoción, donde te regalaban un trofeo, un diploma; competía uno por la camiseta, no económicamente”, evoca.
Pese a ser un ídolo de la época de oro de la marcha mexicana, como él mismo califica ese periodo, corriendo junto a atletas de la talla de Raúl González, Ernesto Canto, Martín Bermúdez y Daniel Bautista, Domingo Colín se mantiene como una leyenda, con los pies en la tierra.
“Es importante tener bien plantados los pies en la tierra, de qué es lo que quieres. En el caso de Daniel Bautista como Raúl González y yo, nos dedicamos cien por ciento al entrenamiento, que nos olvidamos un poco del estudio. Tengo entendido que ninguno de los tres somos profesionistas. Pero gracias Dios logramos un objetivo: Llegar a unos Centroamericanos, Panamericanos y Olimpiadas”, explica.
GUERRA CAMPAL EDUCADA
Tras integrarse a un club de corredores en Ciudad de México, su resistencia y velocidad lo llevaron pronto a competir en Estados Unidos, pero también a sufrir las excentricidades de los jueces, que lo descalificaban. No obstante, esas competencias permitieron que fuera invitado a entrenar en el Comité Olímpico Mexicano, donde comenzó a labrarse su leyenda, alejada de los escándalos de otras figuras mexicanas
“Si éramos 10 mexicanos en el Comité Olímpico, competíamos para que de los 10, nada más salieran dos, a competir a determinado nivel. Entonces nos hacíamos pedazos entre los diez para poder sobresalir, los otros se quedaban enojados o resentidos y quizá entrenaban a escondidas para poder ganarnos también. Era una guerra muy campal, pero muy educada porque una cosa era la amistad y otra la competencia.
“Se han hecho encuestas y creo que soy uno de los tabasqueños más sobresalientes en esta disciplina. La gente que tiene algún deseo de sobresalir, creo que me agarra como un ejemplo... A veces hay deportistas que se les sube la fama, los echa a perder y terminan en la miseria. Ojalá a mí no me pase porque estoy cuidando esos puntos importantes, que yo vi que otra gente no los cuidaba: No supieron aprovechar el momento de la alegría, el momento económico. Y todo eso, desgraciadamente, a lo largo de la vida, es notorio después”.
En los tres meses decisivos de su carrera, en que estuvo a prueba en el Comité Olímpico Mexicano, no había descanso y todos competían contra todos.
“Para entonces estaba Raúl González, como número uno a nivel nacional, estaba Ernesto Canto, estaba Martín Bermúdez. Y esos eran los que me estaban tirando para que yo como novato y un poquito más avanzado, siguiera preparándome cada vez más. Los sábados nos íbamos al Popocatépetl, regresábamos a las cuatro de la tarde. El entrenador Hausleber decía: ‘ya váyanse a descansar’. Al día siguiente, a las seis de la mañana, me levantaba a la pista y al ratito estaba Raúl González, Daniel Bautista y en un rato todos los corredores. Eso fue lo que nos orilló a sobresalir”.
IMPONE RÉCORD MUNDIAL
Domingo Colin no sólo pasó la prueba para permanecer en el Comité Olímpico Mexicano, sino que ganó su pase para competir en el Giro de Italia, al lado de quien sería otra leyenda de las caminatas, Raúl González.
“En Europa no era conocido ningún mexicano porque en los Juegos Olímpicos anteriores no habían calificado. Entonces llega Raúl y llego yo, y él queda en segundo lugar, y yo en cuarto, se inicia una campaña, una felicidad y unos entrenamientos muy fuertes para que este deporte empiece a sobresalir en México”.
“Luego vienen los Juegos Centroamericanos… ganamos los juegos Centroamericanos; vienen los Juegos Panamericanos… ganamos los Juegos Panamericanos; y ya con esos juegos, somos conocidos a nivel mundial con un 75% de posibilidades de ir a los Juegos Olímpicos. Estos se realizaron en Montreal, Canadá, en 1976, y gana Daniel Bautista Rocha. A mí me descalifican en el kilómetro 17, yendo casi en primer lugar”.
Aquello fue un golpe duro para el espíritu del joven atleta tabasqueño, pero con el aliciente de su entrenador, Hausleber, y de sus compañeros, siguió adelante, preparándose para una segunda Olimpiada.
“La mayoría de los competidores al llegar a Juegos Olímpicos consideran que es la cúspide de su carrera, pero a mí me apoyaron para que yo siguiera adelante. En los cuatro años siguientes tuvimos tanto Daniel, Raúl y yo, muchos viajes a Europa, muchos viajes a Bolivia, a entrenar y mucha capacitación de parte de Hausleber. Logramos ganar los primeros lugares a nivel mundial. Llegó 1979, Daniel Bautista rompió el récord del mundo. Fuimos a Europa y yo le gané a Daniel, imponiendo récord del mundo, en 20 kilómetros”.
PATITOS FEOS
Pese a ser favoritos en la Olimpiada de 1980, celebrada en Moscú, la arbitrariedad de los juegos puso fin a los sueños del equipo de ensueño mexicano.
“Éramos los patitos feos en cuanto a la forma de caminar porque en realidad creo que todos cometemos un error, sin embargo, los jueces agarraron a los mexicanos como chivos expiatorios, y fue descalificado a Daniel Bautista bajo un puente, cuando iba en primer lugar, y yo soy descalificado igual en el kilómetro 10. Entonces ahí optamos por retirarnos. Porque era ya demasiado, dos olimpiadas, dos descalificaciones. Ya no teníamos oportunidad para llegar a otros juegos. Ya nos sentíamos cansados”.
La marca que impuso en 1978, en los 20 kilómetros, fue rebasada por otro azteca: “me la rompió Bernardo Segura, otro marchista mexicano, que también fue a los juegos olímpicos de Atlanta.
Sobre el homenaje que recientemente recibió en el Instituto Juárez se dijo satisfecho, contento. “Ese día se llenó el auditorio (...) eso quiere decir que la gente me ha escuchado, algunos de mis amigos acudieron a visitarme” y aunque para él los 70´s y los 80´s fueron la época dorada del marchismo mexicano, no descarta que aquellas hazañas puedan llegar a repetirse en futuras generaciones.
“No cambiaría por nada ahorita, a pesar de no tener una carrera educativa, no lo cambiaría por los viajes que hice a Europa, tuve la oportunidad de ir treces veces allá, te conozco como 24 países, eso no lo hubiese hecho yo en mi vida, como un ser humano normal. Gracias al deporte, yo me siento satisfecho, orgulloso de mí mismo, de mi esfuerzo”, agrega para dar por terminada la entrevista y despedirse, caminando como una leyenda a ras de suelo.









