VILLAHERMOSA, Tabasco.— Ir a una casa de empeño es como visitar una tienda de lo inverosímil: una enorme revolvedora para hacer cemento, tasada en 22 mil pesos, convive con su contraparte, una máquina en forma de «T» para romperlo, cuyo precio de salida era de 12 mil pesos.
Paradójicamente, la mayoría de los que entran al establecimiento no miran detrás de las vitrinas de cristales ni recorren las islas con equipos de construcción distribuidas en el piso. No buscan comprar sino empeñar sus objetos.
Según la Encuesta Nacional Sobre Salud Financiera, 2 millones 696 mil 600 mexicanos visitaron una casa de empeño porque no alcanzaron a llegar a fin de mes sin tener que endrogarse.
NO FUERON RECUPERADOS
Hay más hombres que mujeres a la hora que entro a la casa de empeño. Las edades masculinas, como los objetos que se exhiben, también son variadas. En la fila de al lado hay una pareja joven con vestimentas de motociclistas que buscan empeñar un voltímetro. Delante de mí hay un abuelo acompañado de su nieto que vienen a empeñar un reloj.
Los que entran se colocan en la fila como sonámbulos, pareciendo almas que han perdido algo y rebuscan en su mente para saber dónde hallarlo. Cada objeto exhibido aquí proyecta la sombra fantasma de su antiguo dueño: trabajadores de la construcción, músicos, DJ's, personas que no pudieron recuperar lo empeñado.
Hay pantallas de plasma, computadoras, celulares, tablets, cómodas, estéreos, bocinas, palas, carretas, escaleras, taladros, cortadoras de césped, máquinas soldadoras, cámaras fotográficas, videocámaras, climas, consolas de videojuegos, estufas, tanques de gas... se podrían montar varios hogares fácilmente con todo lo empeñado.
Cuando toca mi turno le pregunto a la amable dependiente si lo que vengo a empeñar es algo inusual. Mira lo que traigo entre manos y me responde, decepcionada:
—No, eso no es nada. ¡Si viera usted lo que traen!
Aprovechando la rendija de diálogo que se ha abierto, pregunto sin que se note mi interés:
—¿Un ataúd?, ¿le han venido a dejar un ataúd?
—¡No, ni Dios lo quiera! —contesta ella cuidando también llamar la atención. El inmueble está lleno de cámaras de vigilancia
—Me doy —le digo—. ¡Quién sabe qué es lo más raro para usted!
—La semana pasada lo más extraño fue un candelabro antiguo, de esos que tienen foquitos alrededor y uno más potente al centro. El anciano que lo trajo dijo que era de bronce, pero no hubo modo de comprobarlo. Además, traía solo el foco del centro. Lo empeñó por menos de lo que quería.
—¿Se puede empeñar todo?
—Menos las cosas personales. Ofrecemos hamacas de 800 pesos, pero no están usadas.
EN URGENCIAS… LA ÚLTIMA OPCIÓN
La Encuesta Nacional sobre Salud Financiera 2023, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, reveló que el 36% de los 92.8 millones de mexicanos entrevistados, de 18 años o más, tiene algún tipo de deuda, es decir, unos 33 millones 593 mil 600 mexicanos
Y de esta enorme cifra, el 16.1 % consideró que el nivel de deuda era excesivo o alto, lo que equivale a 5 millones 643 mil 724 mexicanos con deudas graves.
De la población con deuda, el 27.3 % se atrasó en el pago de algún préstamo o crédito. La cifra equivale a 9 millones 171 mil 52 mexicanos que quedaron mal con algún vencimiento.
El número de quienes no tuvieron dinero suficiente para cubrir sus gastos sin endeudarse durante el último mes alcanzó la cifra de 27 millones 840 mil mexicanos. De estos, 11 millones 564 mil 800 mexicanos acudieron a su familia o a sus amigos para pedir un préstamo. Unos 2 millones 807 mil 800 mexicanos tuvieron que atrasarse en el pago de algún crédito o préstamos.
Paradójicamente, cuando a los tabasqueños les preguntan cuál es el ingreso suficiente para vivir satisfactoriamente, el promedio que sacan es de 11, 400 pesos. Increíblemente por debajo del índice satisfactorio de la media nacional que llega a los 16, 421 pesos.
LOS EMPEÑOS DE UNA CASA IRRECUPERABLES
Según el INEGI, cuando se le pregunta a los mexicanos cómo enfrentar una urgencia económica, el 36.8 % de las mujeres y el 45.3 % de los hombres optaría por ir a una casa de empeño.
Eso es lo que hizo doña Juana del Carmen Santiago Domínguez como último recurso tuvo que ir a una casa de empeño. Su esposo tiene dos trabajos, pero en uno la ganancia es variada, pues depende de las ventas que salgan del puesto del mercado La Sierra, donde ayudan a su suegra. Cuando les va bien se llevan 150 pesos, pero si no es así, sacan menos de la mitad.
Comúnmente cuando tienen un apuro prefieren pedir prestado a algún conocido o familiar, pero admite que a veces el último recurso ha sido el empeño.
«Sí, he tenido que empeñar cosas. Por ejemplo, ya tiene rato que mi esposo me compró humildemente un celular, que tenía 128 de memoria interna. La prenda me salió en 2,700 pesos y la casa de empeño 1,700 porque estaba nuevo.»
Lamentablemente, doña Juanita no pudo refrendar la prenda al vencerse el plazo del pago. «No alcanzamos a tener dinero para cubrir otro mes y lo perdí. Ya no lo pudimos recuperar, pérdida total».
EL ÚLTIMO RECURSO PARA EL INFORTUNIO
Después de que ha valuado mi disco duro de ocho teras en mil 200 pesos, a pagar en un mes con un interés de 194 pesos más, le confieso que tardé en entrar porque esperaba que hubiera menos gente dentro.
—¡Uf! —me dice—. Ahí seguiría afuera, ahorita es la hora en que más gente empieza a llegar —son las cuatro de la tarde, aproximadamente.
—Es la hora en que los obreros y albañiles salen de trabajar —agrego.
—Sí, vienen e empeñar sus herramientas de trabajo.
—Yo esperaba que hubiera poca gente porque me daba pena entrar. Mi padre decía que lo peor que le puede pasar a un hombre desafortunado es empeñar sus pertenencias.
Se ríe con una sonrisa franca y sincera.
—Yo pensaba así, pero aquí nos capacitan y algo que alcanzas a comprender es que ayudamos a la gente porque acá vienen los que no pueden acceder a un crédito bancario, los que no tienen amigos ni familiares que los ayuden. Somos su último recurso.
Afirmo con la cabeza.
—¿Lo va empeñar? —me dice.
—Me tomaré unos días para pensarlo.
Me guardo de decirle que de todas las casa de empeño consultadas es la que mejor ha tasado mi disco duro de ocho teras con dos mil películas del cine que hay que ver antes de morir.
La verdad, todavía lo sigo pensando.