ROMA, Italia.— «Querría no volver a verlo. Pero no sé cómo hacerlo. Tengo miedo que se haga daño así mismo», escribió Giulia Cecchettin, de 22 años, a una amiga por celular. Había intentado romper con su pareja, pero éste no la dejaba.
El novio Filippo Turetta, de la misma edad que ella, incluso, llegó a pedirle se atrasara en clase porque le avergonzaba que ella se graduara de ingeniera biomédica antes que él.
El día 11 de noviembre, Filippo había conseguido encontrarse con Giulia, y desde entonces los dos estaban desaparecidos. Unas cámaras de seguridad, en la zona industrial de Vigonovo, cerca de donde vivía, revelaron la tragedia: Filippo había apuñalado a su novia en la cara y cuello unas 25 veces, mientras ella se protegía con sus manos y brazos, al tiempo que exclamaba: «Me haces daño».
Los días de conmoción e incertidumbre culminaron este martes 5 de diciembre, en la Basílica Santa Justina de Padúa, durante el funeral de despedida, que congregó a más de diez mil italianos y paralizó a la nación entera, que siguió el sepelio por televisión.
Gino Cecchettin, padre de la joven asesinada, pidió a las instituciones «poner de lado las diferencias ideológicas para enfrentar unilateralmente el flagelo de la violencia de género. Necesitamos leyes y programas educativos que apunten a prevenir la violencia, proteger a las víctimas y a garantizar que los culpables sean llamados a responder de sus acciones».
El paso de la carroza para que Giulia pueda reposar hacia su última morada fue precedido por aplausos y luces de jóvenes y adultos que le rindieron un cálido adiós.
El feminicida Filippo, tras ser extraditado y trasladado a una cárcel de Verona, admitió su crimen. Sus padres decidieron no asistir a verlo a la prisión debido a la conmoción que sufren por el brutal crimen de su vástago.