Villahermosa, Tabasco.- Desde hace nueve meses, un deslave hizo que la casa de doña Amalia Pérez Calderón se derrumbara sobre el río Grijalva. Para colmo, las autoridades federales, estatales y municipales han hecho caso omiso a sus suplicas de ayuda. “No hay ninguna esperanza”, resume con tristeza, sentada junto al templo presbiteriano ubicado en la colonia Gaviotas Sur, en el sector Cedral, a unos metros del derrumbe— donde sus hermanos espirituales le dieron refugio.

En la casa de doña Amelia vivían siete personas, además de ella, su esposo, los tres hijos de ambos y sus padres, a quienes la buena mujer cuida. No fue la única en salir aquel fatídico noviembre: otras dos familias abandonaron sus casas, porque el río comenzaba a llevárselas también.

Pasado el susto, esas dos familias regresaron a lo que quedaba de sus viviendas, con el peligro latente de que se vengan abajo; doña Amalia y los siete integrantes de la familia se quedaron en las instalaciones cristianas, que han ido acondicionando para hacerse la vida más llevadera.

“Las instalaciones (del templo) las hemos acondicionado, no es lo mismo que tu casa, porque la lluvia azota, los mosquitos entran, aunque no queramos, ahora mis hijos han estado enfermos, no ha sido fácil vivir en un albergue... la realidad es esa”, confesó la jefa de familia.

Sus tres hijos se han tenido que adaptar también a la situación de refugiados, sin abandonar sus estudios en la escuela. Por insólito que parezca, durante estos nueves meses solo les han dado una despensa en el Ayuntamiento de Centro, y en el reciente censo de los siervos de la nación para los próximos apoyos del gobierno que promueve el próximo gobierno de Javier May, a duras penas aceptaron inscribirlos.

A pesar de que a los inicios de esta catástrofe, personal del centro de salud de la comunidad llegaba a auxiliarles, conforme las familias se fueron yendo del templo religioso, el personal médico se retiró hasta que en estos últimos meses han brillado por su ausencia.

SE HACEN CARGO DE DIFUNTOS, DE VIVOS NO

Lo contradictorio es que las autoridades pusieron más atención al panteón que se encuentra a unos metros, donde tumbas cayeron a la ribera del Grijalva y otras colgaban en la parte de arriba, a punto también de desbarrancarse. Las autoridades municipales no tardaron en realizar la reubicación de los féretros. Incluso, la entonces alcaldesa Yolanda Osuna, habló de la reubicación de los muertos, pero de los vivos, que están damnificados, ni se han acordado.

La familia Pérez Calderón ha tocado muchas puertas, empezando por la Comisión Nacional del Agua (Conagua), donde solo supieron darles largas y deslindarse de la responsabilidad.

El director Local de la Conagua, Luis Antonio Cabrera, les dijo que ellos no podían hacer nada, puesto «que no le correspondía a él o a esa institución, que lo único que le correspondía era reconstruir lo que es el bordo».

Cabrales tiró entonces la responsabilidad a Secretaría de Gobierno (Segotab), quien a su vez dio una respuesta evasiva. “Fuimos para allá (Segotab), metimos la solicitud, estuvimos hablando igual con el secretario, de la misma manera nos externó que no les correspondía a ellos”.

Doña Amalia regresó con Conagua y, ante su firmeza, el organismo no tuvo más remedio que programar una reunión. “Conagua es el responsable de esto, pero nos dijeron que iban a hacer una reunión, esto era para el mes de junio, que supuestamente la estaban convocando, pero quedaron en que nos iban a hablar... es el día de hoy y nada”.

Doña Amalia culpa a Conagua de su desgracia y de las otras dos familias, porque esta institución otorgó permisos para que una arenera de nombre Los Pericos drague el cauce a metros de su casa, en la ribera opuesta. La draga azul estaba sacando arena bajo el lecho del Grijalva cuando llegamos a entrevistarla. Lo hace frente al gigantesco banco de arena oculto entre la vegetación, subiendo y bajando el lecho para excavar.

“Esto es algo que pasó a raíz de lo que ellos provocaron, porque si ellos no hubieran dado permisos, la tierra no se hubiera erosionado”, cuenta en un tono triste.

Frente al río todavía pueden verse los cascajos que quedaron de las construcciones tragadas por la corriente. En una de estas viviendas, el baño sigue de pie, pero ya en volandas, sin ninguna base. No tardará en caerse, arrasando con ello toda la construcción deshabitada.

Doña Amalia no puede creer que no haya modo de que las autoridades puedan ayudarla, con tanto recurso que hay y deja ver que su situación se debe más que nada a la falta de empatía, de ser buen cristiano, de los funcionarios.

“La verdad me gustaría que se pusieran la mano en el corazón, porque lo ven desde un punto que no son ellos pero que, si realmente ellos estuvieran en nuestro lugar, sería difícil, pedimos ayuda”.